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«Ayer me dieron por muerto, ahogado, y casi lo estuve tres veces, pero cuando ya había perdido toda esperanza de salvación, la providencia me socorrió poniendo a mi alcance los restos de un bote destrozado». Esta carta fechada el 4 de julio de 1898, un día después de la batalla naval de Santiago de Cuba, llegó a España con dos meses de retraso. En ese tiempo, la familia del autor llegó a creer que este había muerto, tras leer su nombre en la lista de fallecidos que cada día publicaba la prensa española. Pero no fue así: Alejandro Lallemand, médico de la Armada en aquel último episodio de la Guerra de Cuba, sobrevivió para contarlo. De los ocho años, dos meses...
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